El dolor es parte cotidiana de nuestra vida, nos recuerda constantemente que estamos vivos; no importa si nos referimos al dolor físico o emocional, si es ligero o sangrante, si aterra y te deja sin aire, o es un dolor que te agrada; su deber es hacerte recordar siempre que estás vivo, que la vida duele y muchas veces ese es su único sentido.
Pero aquel dolor que es parte de la vida de todos los seres humanos, ese al que muchos tenemos miedo, ese que nadie quiere sentir; ese dolor que te encierra en la oscuridad, que te quita la esperanza, que te recuerda la vida porque justo en ese momento lo único que quieres es morir, porque la angustia es insoportable, te falta el aire. Un dolor que evaporó la esencia de tu ser, en ese momento nada importa, no hay mañana, no hay luz. Pienso en el sufrimiento que trae el perder a un ser amado, pienso en Romeo y Julieta, en la desesperación de ella, en su decisión de terminar su vida, el vacio le impidió ver la superación. Cuando no hay esperanza, no hay sentido.
En cambio, pienso en Penélope, llena de esperanza, porque sólo eso te puede mantener de pie cuando el dolor empieza a hacer estragos contigo, sólo pensar que existe otro día y otra oportunidad para seguir luchando hará que dejes de sufrir; pero este proceso es lo suficientemente doloroso como para no querer vivirlo, no querer superarlo, como para rendirse.
Hay tantas formas de afrontar el suplicio como personas en el mundo, pero todos estropeamos la felicidad de la misma manera… realmente nadie la disfruta, nos dedicamos a pedir siempre más de lo que tenemos, sin comprender que después de tanto sufrimiento es esa pizca de felicidad, y no más, la que nos merecemos. La perdemos porque mientras somos felices nadie recuerda que estamos vivos, nadie piensa en el valor que tiene la felicidad; en el dolor que se tuvo que vivir, que se tuvo que superar para tener un tiempo, determinado y finito, de felicidad.
Cuando volvemos a la oscuridad de la angustia y la desesperanza, llega el arrepentimiento, la culpa y muchas veces el castigo. La felicidad tiene un precio muy alto, y es precisamente el dolor.