viernes, 18 de mayo de 2012

Una pequeña gran parte de mi


  
  Alguien escribe por mí, sobre mí, me conoce, no puedo hacerlo por mi cuenta. ¿Seré yo? No, pero puedo entrar en tus zapatos y ser tú un ratico.  

  Dura conmigo y fiel amiga de lo incondicional. Tengo el placer de cometer un error por gusto, por complacer. No me interesa aprender de él porque sé que es un error antes de cometerlo. No importa, en serio… no me importa. Hago lo que quiero y no tanto lo que debo. Mi memoria es automática y borra historias sin preguntar, sin embargo, trae consigo un modo manual extra por si algo me conviene recordar. Constante en lo que leo. No tardo en lecturas que otros sí alargan sin piedad. Me sorprendo poco, y a menudo, con algo que no debería sorprenderme. Una teoría sobre la sorpresa afirma que: quien muere de sed pide agua, pero no habla, espera vacío, espera y espera. Nadie sabe de su sed.

  Una vez escribí un cartel que decía: “Se busca a la Zozobra, ofrezco recompensa por su cabeza”. Bien, esto no tiene que ver con el cartel, pero es una habilidad autentica, necesita años de práctica y destreza de la buena. Se trata de conocer el tiempo de una serie televisiva y calcular las partes de la producción, dividirlas y acompañar cada una con la cantidad exacta de golosinas (adoro el azúcar), pero lo admito, no tolero el tiempo en espera. La espera, desearía golpearla (¡esto sí tiene que ver!) que me deje en paz cuando el tiempo pasa riéndose de mí, de mis lágrimas. Sí, soy impaciente, pero no cómo cualquiera. Siempre tendré razones para no esperar, pues de la misma forma en que fijo una relación tiempo-tele-golosinas, fijo un propósito. Me gusta el arte de la planificación, no desvirtúo las bondades de la improvisación pero… mejor no digo más. 

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