Alguien escribe por mí, sobre mí, me conoce, no
puedo hacerlo por mi cuenta. ¿Seré yo? No, pero puedo entrar en tus zapatos y
ser tú un ratico.
Dura conmigo y fiel amiga de lo
incondicional. Tengo el placer de cometer un error por gusto, por complacer. No
me interesa aprender de él porque sé que es un error antes de cometerlo. No
importa, en serio… no me importa. Hago lo que quiero y no tanto lo que debo. Mi
memoria es automática y borra historias sin preguntar, sin embargo, trae
consigo un modo manual extra por si algo me conviene recordar. Constante en lo
que leo. No tardo en lecturas que otros sí alargan sin piedad. Me sorprendo
poco, y a menudo, con algo que no debería sorprenderme. Una teoría sobre la
sorpresa afirma que: quien muere de sed pide agua, pero no habla, espera vacío,
espera y espera. Nadie sabe de su sed.
Una vez escribí un cartel que decía: “Se
busca a la Zozobra, ofrezco recompensa por su cabeza”. Bien, esto no tiene que
ver con el cartel, pero es una habilidad autentica, necesita años de práctica y
destreza de la buena. Se trata de conocer el tiempo de una serie televisiva y
calcular las partes de la producción, dividirlas y acompañar cada una con la
cantidad exacta de golosinas (adoro el azúcar), pero lo admito, no tolero el
tiempo en espera. La espera, desearía golpearla (¡esto sí tiene que ver!) que
me deje en paz cuando el tiempo pasa riéndose de mí, de mis lágrimas. Sí, soy
impaciente, pero no cómo cualquiera. Siempre tendré razones para no esperar,
pues de la misma forma en que fijo una relación tiempo-tele-golosinas,
fijo un propósito. Me gusta el arte de la planificación, no desvirtúo
las bondades de la improvisación pero… mejor no digo más.